PROFETAS POST EXÍLICOS - GENERALIDADES
El año 539 cae Babilonia en manos de Ciro el Grande. Este acontecimiento suponía el fin de una era y el comienzo de otra. Moría el imperio babilónico y sobre sus ruinas se iba a levantar el imperio persa. La raza semita, hasta ahora principal protagonista en los destinos del próximo Oriente, iba a ceder su papel a la raza aria. Frente a los métodos bárbaros ya la política de represión del imperio babilónico, el nuevo imperio se iba a distinguir por una política humanitaria y liberal. En pocos años, Ciro el Grande creó el imperio más imponente que conociera el mundo antiguo. Desde los confines de la India por oriente hasta Grecia y Egipto por occidente, todo quedó bajo la órbita del coloso persa. La política persa en relación a los pueblos incorporados fue sumamente suave. Respetaron su identidad, idiosincrasia, costumbres y culto.
De
este modo procedieron en la conquista de Babilonia. Los pueblos deportados por
Nabucodonosor alentaron esperanzas de liberación. Y estas esperanzas no se
vieron defraudadas. Ciro autorizó a los exiliados en Babilonia a regresar a sus
patrias de origen, edificar sus ciudades y restaurar sus templos.
Por lo que se refiere al pueblo judío, Ciro extendió su decreto de liberación el año 538, con base a 2 Cro. 36, 22-23; Esd. 1,1-4. En este decreto podemos distinguir cuatro cláusulas principales: 1) Autorización para regresar a la patria. 2) Autorización para reconstruir Jerusalén y el templo. 3) Devolución de los objetos de culto y tesoros traídos del templo por Nabucodonosor. 4) Asignación de fondos por parte del imperio para sufragar los gastos de la reconstrucción templo. Pero esta última cláusula o nunca se cumplió, o por lo menos, no con la amplitud que podía esperarse.
El decreto de Ciro marca un hito en la historia del viejo Israel. Un hito que es al mismo tiempo un giro de ciento ochenta grados. La historia nacional, interrumpida en el destierro, iba a continuar de nuevo. En el plan de Dios sobre su pueblo el destierro fue sólo un paréntesis.
En el plano de la historia significaba el fin de una época y el comienzo de otra nueva. El viejo estado de Israel con sus instituciones y su configuración monárquica había pasado para siempre. Lo que ahora iba a nacer era algo completamente distinto y nuevo. Entre estas dos etapas hay continuación, pero no continuidad. Continúa el pueblo, no el estado. A la nación sucederá ahora una comunidad religiosa centrada en torno al culto y al sacerdocio y con una fisonomía espiritual distinta. De ahora en adelante el pueblo escogido será una Iglesia. Al nacimiento de esta Iglesia. Este nacimiento llevaba consigo dificultades de orden político, social y religioso. En este momento trascendental de la historia, Dios se hace presente en su pueblo a través de los llamados profetas postexílicos. Son los profetas del período persa.
Ageo y Zacarías son los profetas de esta primera hora y los promotores de la reconstrucción del templo. En este período encuentra también su marco histórico más apto el llamado Trito Isaías (Is. 56-66). Cerrando este período tenemos a Malaquías el último de los profetas canónicos de la Biblia. Joel y Abdías son de época incierta y su medio histórico nos es completamente desconocido.
Antes
del destierro, el profetismo, estaba condensado en dos palabras:
Conversión-castigo, durante el destierro se resumió en este binomio:
Consolación-esperanza, de ahora en adelante el santo y seña de la predicación
profética será: Restauración-escatología. La nueva profecía estará
profundamente marcada por las huellas de Ezequiel. A él deberá su prominente
orientación cultual (Za 1). El templo pasa a ocupar el centro de interés de la
nueva comunidad. Y junto a la orientación el comienzo de los profetas de la
época persa se opera un cambio substancial en el programa profético.
Poco
a poco se irán perfilando sus contornos: juicio final (Jl 3-4; Za 12-14),
retorno de Elias (MI 3), gehena y resurrección, que la posterior literatura
apocalíptica se encargará de completar. Otra nota característica es que la
profecía pierde espontaneidad y se convierte cada vez más en reelaboración
escrita de estilo antológico.
Siguiendo
esta línea, la nueva profecía irá convirtiendo la trascendencia en
inaccesibilidad. De ahí el desarrollo de la angelología, que, iniciado en
Ezequiel, tendrá su exponente máximo en Zacarías. También la piedad sufrirá una
profunda transformación. Su nota característica será un mayor individualismo y
una mayor responsabilidad personal. Dos líneas la definirán. Por una parte, un
ritualismo minucioso, presidido por las ideas de santidad y expiación. Por
otra, una piedad de profundas resonancias interiores, caracterizada por las
ideas de pobreza y humildad, que dará origen a la llamada espiritualidad de los
pobres de Yahvé. Ambas coexistirán a lo largo de este período. Unas veces
juntas, otras separadas. La primera sin la segunda degenerará en el legalismo
estéril cuyo representante típico en los tiempos evangélicos será el
fariseísmo. La segunda profundamente vivida y alimentada por un culto sincero,
modelará las grandes almas del judaísmo. Elevada por Cristo a su más alto grado
de pureza y recogida por la Iglesia cristiana, informará para siempre la
espiritualidad del cristianismo.
Pérez Calvo José. Cursos Bíblicos. Profetas Exílicos y Post Exílicos. Recuperado el 07 de noviembre de 2021, https://pdfcoffee.com/24343274-curso-biblico-09-profetas-exilicos-y-post-2-pdf-free.html
Biblia de Jerusalén. Editorial Española. Desclèe de Brouwer, S.A. Henao,6- Bilbao-9. Pág. 1131 - 115
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