LOS PROFETAS EXÍLICOS Y POST EXÍLICOS.

 PERSPECTIVA GENERAL



La catástrofe del año 586 A.C, con la destrucción del templo de Jerusalén y la deportación subsiguiente, marca una vertiente decisiva en la historia de Israel. La divide en dos: antes y después. De cara al pasado, el exilio era un fin, fin de la existencia nacional, fin del estado, fin de las instituciones, en que la vida corporativa se había expresado. Era la muerte de una etapa y de una historia gloriosa. 

En sí mismo y en el plan de Dios, el exilio era un paréntesis, un tiempo privilegiado de reflexión y de concentración de energías espirituales. De cara al futuro, el exilio era una etapa de transición, que, con el dolor y el esfuerzo de renovación interior, iba a alumbrar una era nueva, una nueva y decisiva etapa en la historia del Pueblo de Dios. De cara al futuro iba a ser un principio. Dios orientaba a su pueblo hacia una estructuración más espiritual. El Reino debía dar paso a la "Iglesia". Israel debía dar paso al judaísmo. Pero todo esto no podía hacerse en un día. Requería tiempo, llevaría consigo traumas y convulsiones de todo orden.

Este paso trascendental iba a tener lugar en Babilonia, donde se encuentra prácticamente toda la nación. Aquí radica la importancia del exilio en los planes de Dios, en la historia del pueblo escogido y en el desarrollo literario y doctrinal de la Biblia. Dos grandes profetas serán los responsables y los animadores de esta etapa de transición. Los forjadores del nuevo espíritu nacional. Ezequiel al principio del exilio y el Deutero-Isaías al final. El primero, testigo de la muerte de la nación y el segundo, testigo de su resurrección.

El destierro, desde el punto de vista religioso, fue un verdadero trauma. Sometió la fe de Israel a la prueba mayor de su historia. Una tremenda crisis, en la que estuvo a punto de perecer y en la que muchos israelitas naufragaron por completo. Para el israelita pre exílico, era un verdadero dogma este conjunto de afirmaciones: la elección eterna de Sion y de su templo, por parte de Yahvé, como su morada terrena.

La promesa a la dinastía davídica de una descendencia eterna. La fidelidad incondicional de Dios a Sion era intangible. Nunca podría ser destruida. Dios estaba comprometido en ello y la Palabra de Dios no podía fallar. Este era el clima contra el que chocaron una y otra vez los anuncios de los profetas. La fe de Israel era monoteísta, era una persuasión incontrovertida e indiscutida. Yahvé, único y verdadero Dios, era un artículo de fe. Los dioses de las naciones no existían, eran nada. Ahora bien, todo esto se vino abajo cuando los ejércitos de Nabucodonosor arrasaron la ciudad y el Templo. En muchos surgió la tremenda duda: ¿en verdad era Yahvé el único y supremo Dios? Otros muchos, que, a la luz de la predicación profética, vieron en los acontecimientos un castigo de Yahvé, ponían en tela de juicio su justicia (Ez 18, 2. 25). Era la segunda tentación. El destierro supuso, para muchos judíos, el primer contacto con un mundo deslumbrante en lo material y en lo cultural. Jerusalén, que había sido para ellos el gran centro del universo de su Dios, comparada con la fastuosa Babilonia, debía parecerles como algo pobre e insignificante. Lujo y abundancia, templos fantásticos, cultos espectaculares, era lo que, cada día, contemplaban sus ojos atónitos. Este será el difícil clima en que tiene que moverse Ezequiel. Así la tremenda problemática, a la que tenía que responder y dar una solución para salvar lo que humanamente parecía insalvable. Misión tremenda. Responsabilidad pavorosa. No era fácil la misión de Ezequiel, pero su genio luminoso, movido por el soplo de Dios, sabrá encontrar el cauce adecuado y formular la respuesta precisa. Ese será su gran mérito.

Ninguna señal externa de pueblo. Fueron llegando en sucesivas deportaciones. El primer grupo, con su rey Joaquín a la cabeza, integrado por gente selecta, nobles, ricos y sacerdotes, entre los que figuraba Ezequiel, llegó a Babilonia en el año 598 A. C, el principio de un pronto retorno, que nunca se cumplió. Contra esta vana esperanza irá dirigida la primera predicación de Ezequiel. En el año 586 A.C, llegaría a la gran masa de la nación. Un grupo importante huyó a Egipto llevándose consigo a Jeremías. En Judá quedó una parte insignificante de la población, la más pobre y atrasada. Israel, desde el punto de vista cualitativo, estaba en Babilonia. Si quedaba alguna posibilidad de resurgimiento había que buscarla aquí. Las condiciones humanas de los deserrados no eran, fuera de su condición de tales, desesperadas ni mucho menos. Vivían en pequeñas comunidades y colonias en los alrededores de Babilonia. En ellas los ancianos seguían ejerciendo una cierta autoridad, más o menos reconocida o tolerada por las autoridades babilónicas. Unos trabajaban como obreros en las grandes obras públicas del imperio. Sobre todo, en la construcción de grandes canales de riego en la zona sureste de Babilonia. Otros, en el cultivo de la tierra en zonas de repoblación. Con el transcurso del tiempo las libertades eran mayores. Muchos pudieron dedicarse al comercio, a los negocios y algunos llegaron a ocupar cargos de importancia en la administración. De hecho, muchos judíos hicieron verdaderas fortunas y se pegaron a la tierra que les había permitido prosperar. A la hora de volver a la patria, finalizado el destierro, muchos, sin romper los lazos con los repatriados, preferirán seguir viviendo en Babilonia.

Estas condiciones de vida favorecen el desarrollo del ministerio profético de Ezequiel, al que vemos actuar con entera libertad.


Mediante el siguiente enlace pueden acceder a la presentación general.

https://docs.google.com/presentation/d/1Aa0g3TYvC875aXo4NOfUQsY5Ztkkjcfz/edit?usp=sharing&ouid=108727865587034950803&rtpof=true&sd=true


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